Cantero: el falso mártir
Por Eduardo Verona
Desde su mirada oportunista y mesiánica, Javier Cantero pretendió instalarse como un personaje determinado e influyente por adentro y por afuera del fútbol argentino. Esa construcción insolvente también apeló a la propia victimización y a una búsqueda, sin pausas, de erigirse en un mártir que trascienda a su tiempo. Su fracaso fue estruendoso.
A Javier Cantero siempre lo sedujo la figura del mártir. El, precisamente, se cree un mártir del fútbol argentino que sería recordado como un hombre que trascendió a su tiempo. Quizás por esa lectura tan antojadiza como temeraria que le encantó elaborar desde que arribó a la presidencia de Independiente en diciembre de 2011, nunca dejó de asumir el perfil de un dirigente incomprendido por las mayorías y victimizado por los poderes de turno.
Esa construcción maniqueísta que elaboró Cantero le permitió en plena campaña electoral y durante sus primeros meses de gestión gozar de adhesiones mediáticas y de aprobaciones del hincha común, que lo veían desde la ilusión o la ingenuidad como un protagonista que pretendía reivindicar causas perdidas, como el fenómeno de la violencia institucionalizada en el fútbol.
Cantero advirtió ese gran filón. Y se posicionó intentando acreditar ventajas políticas y simbólicas en una sociedad muy susceptible al miedo. Su oportunismo y manipulación del miedo fue clave. Levantó desde el efectismo las banderas invisibles de la honestidad para promocionar y vender su propia imagen. Sobre esa palabra y ese valor que es la honestidad, cabalgó denunciando su pensamiento mesiánico en todas las tribunas públicas y privadas a las que asistió, hasta que dejó de concurrir porque fue encontrando fuertes rechazos y críticas certeras y profundas a una conducción destinada al naufragio.
La estrategia diseñada por Cantero de captar voluntades que superaran su vinculación con la camiseta de Independiente, lo arrojó a un territorio que delató sus ignorancias. El personaje justiciero que había creado en sintonía con sus adláteres lo terminó desbordando. Ese personaje de hombre inmaculado y aséptico con el que soñó no fue otra cosa que una máscara vulgar e hiriente hasta para los propios compañeros (muchos de ellos convocados por las redes sociales) con los que había emprendido la aventura infeliz de presidir y administrar Independiente.
La realidad es que Cantero en comunión con su comisión directiva, defraudó a todos, después de haber convencido a demasiados. Porque aún sin el mínimo carisma ni una interpretación política inteligente ni sensible, tuvo en su momento la seducción necesaria para convertir su palabra y sus promesas de cotillón en verdades absolutas que parecían inapelables.
Si supo hacer algo bajo las luces cegadoras del show del fútbol, es manipular. Y obtener un prestigio fugaz a partir de esa manipulación en la que también buscó atrapar y usar a la prensa como plataforma para ganar consenso social. No lo logró. A los pocos meses quedó desnudo e inerme en medio de la crisis brutal que viene azotando a Independiente desde hace un par de décadas.
Su responsabilidad en este derrumbe es intransferible, más allá de las pésimas y sospechadísimas herencias de Andres Ducatenzeiler y Julio Comparada. La diferencia es que Cantero no se mostró como un dirigente más o menos valioso. El quiso trascender largamente ese rol. Ubicarse en otra esfera. Frecuentar otras pistas. Adquirir otros relieves. Ser calificado como un hombre alejado de la corrupción, los lugares comunes y la mediocridad imperante. Y erigirse en una referencia ineludible para la prensa y el ambiente.
Esos sueños o delirios de grandeza persiguieron a Cantero desde el mismo momento en que asumió la titularidad en Independiente. Desde esa óptica ilegítima resignificó sus relaciones con las amistades de antes y con los nuevos interlocutores. Puso en el freezer a varios, descongeló a otros. Creyó, en definitiva, estar predestinado a escenarios más luminosos y más influyentes que un club de fútbol, por más importante que este fuera.
El camino por demás sinuoso y desangelado que emprendió Cantero dejó una estela de vanidades, autoritarismos, desaciertos en cadena y fallidos a gran escala. Desde la caída vertical que experimentó Independiente hasta su ausencia de manejo y cintura política para relacionarse con todos los espacios de poder, que también están reflejados en la indiferencia y la subestimación que le dispensa Julio Humberto Grondona.
Si dura algunas semanas más o algunos días menos en Independiente en virtud de las elecciones anticipadas que van a producirse en el club, a esta altura de su ocaso inexorable no va a modificar absolutamente nada. El daño ya está hecho. Su credibilidad es inexistente. Y el desprecio que acumuló es enorme. Igual, su deseo es inalterable: ser un mártir. Y pensar su partida inminente en esa dimensión.
La experiencia demoledoramente frustrante de Cantero en Independiente debería dejarle a la sociedad varias enseñanzas. La principal; no comprar todo lo que se vende. Para después no llorar sobre la leche derramada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario