El viaje de Cantero
Por Eduardo Verona
No se fue; huyó. Y no dejó nada bueno. Javier Cantero abandonó la presidencia de Independiente ante el rechazo masivo de los socios. Su gestión acumuló inoperancias y autoritarismos a gran escala y el repudio que recibió lo obligó a renunciar. Su caso, entre tantos otros casos más o menos graves, revela la gran precariedad de la dirigencia del fútbol argentino.
Su sueño de quedar inmortalizado como un mártir del fútbol argentino, demasiado lejos estuvo de cumplirse. El inefable consultor Javier Cantero se fue de Independiente por la salida de emergencia.
"Comparada se fue por la ventana y yo voy a irme por la puerta grande", dijo apenas asumió. Esa "puerta grande" con la que soñó fue una ficción. La imagen desangelada y oscura de Cantero emprendiendo poco menos que una fuga, es la que va a perdurar en la memoria colectiva. Así se cerró su ciclo. Con la escenografía de una renuncia capturada por las brumas del fracaso dirigencial más estruendoso que Independiente recuerde.
Ya fue clasificado Cantero como un hombre absolutamente providencial en una función pública que reveló su intransigencia y precariedad para leer que su permanencia ponía en severísimo riesgo la continuidad institucional del club.
¿Por qué siguió como un fundamentalista desilustrado que no advertía lo que sucedía a su alrededor? Es una pregunta central que algún día Cantero debería responder sin caer en demagogias y oportunismos tan afines a su estilo. La realidad de todos los días lo asfixió desde el mismo momento en que el 18 de diciembre de 2011 ganó las elecciones y se instaló como presidente de Independiente.
¿Qué hizo después? Se inmoló. Se prendió fuego solo. Y lo peor es que prendió fuego a Independiente. En esa hoguera de vanidades en la que intentó posicionarse como un dirigente que podía trascender los límites del fútbol, abrazó una y otra vez la ignorancia y el revanchismo, hasta dividir al club en mil pedazos.
Si las gestiones anteriores de Andrés Ducantezeiler y Julio Comparada fueron sospechadísimas y pésimas, la de Cantero, en comunión con su incapaz e insolvente comisión directiva, adquirió relieves bochornosos y muy difíciles de igualar.
A esta altura la pregunta se hace sola: ¿por qué el fútbol argentino es capaz de arrojar a la arena política a dirigentes con el singular perfil de Javier Cantero, Germán Lerche, Carlos Abdo, Gastón Cogorno, Rodolfo Molina, Carlos Portell y otros tantos militantes del desconocimiento más profundo que se acercan al fútbol para adquirir protagonismo, chapa y contactos que en su vida privada y empresarial no conquistarían nunca? ¿Qué nivel de vanidad y objetivos persiguen para arribar a un club y no disponer de ninguna idea valiosa?
Cantero ha sido un gran caso testigo. Voló rápido y se estrelló más rápido aún. Es que no tenía nada bueno para dar. Apenas un registro de marketing. Una condena sobreactuada a los barras. Y una bandera que reivindicaba la honestidad, que por supuesto en una auditoría tendrá que confirmarse en los hechos y sobre todo en los papeles.
¿Qué quiso hacer Cantero con Independiente? ¿Incorporarlo simbólicamente a su patrimonio? ¿Usarlo de trampolín político para distinguir otros escenarios? ¿Coronarse como una referencia ineludible del fútbol nacional, por afuera del poder que ostenta Julio Humberto Grondona? ¿Erigirse en el salvador de Independiente, a la medida de las demandas del mesianismo que suele acompañarlo?
No hay certezas. Ni las habrá. ¿Las debe tener Cantero? Su figura insustancial de hombre aplicado y tenaz para enfrentar los microclimas más adversos, lo terminó precipitando al desastre. Allí también quedó como rehén Independiente. En los bordes del desastre deportivo, económico e institucional.
La experiencia, como tantas otras experiencias que recoge el castigadísimo fútbol argentino, debería tener una utilidad que seguramente no va a tener, porque casi siempre prevalecen los olvidos. Cantero, el mártir frustrado, expresó a gran escala la altísima vulnerabilidad del sistema. Sin herramientas, sin talento, sin políticas, sin capacidad ni mirada inteligente para enfocar las prioridades de Independiente, conquistó a su platea adicta (hinchas sin carnet, socios, periodistas) con frases hechas desde el efectismo y la manipulación.
Duró poco. Aunque para la lógica y la dinámica que necesitaba Independiente, duró demasiado. El miércoles 23 de abril de 2014, ante el peso de las urgencias y el desprecio colectivo, el hombre que nadie conocía hasta su arribo como presidente del Rojo, renunció.
La comunidad de Independiente difícilmente lo olvide.
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