Seguramente alguna vez alguien te preguntó “¿Quién te hizo hincha de Independiente?” y ahí recordás inmediatamente cómo y porqué y por quién sos de Independiente.
Yo te cuento la mía. Siempre pensé que el que me hizo de Independiente fue mi viejo. Y así fue. Es así. Pero claro, para que eso pasara, debió pasar algo antes. Llegar a preguntarle a mi viejo “¿Papá, a vos quien te hizo de Independiente?” Y mi viejo rápidamente respondió “Tu abuelo, mi papá”. Y ahí entendí todo.
Pero hoy muchos años después (no vale la pena dar detalles exactos de cuántos) me vuelvo a ese tiempo del que era como hoy es mi hijo de casi 4 años.
Y claro, para que eso hoy suceda alguien tuvo que poner la piedra fundamental. Y ese fue mi abuelo. Éstas líneas son dedicadas a él, hoy que es su cumpleaños número 106. Sí, casi como los años de vida de Independiente
Ese hombre nacido el 25 de noviembre de 1910 nos enseño a ser de Independiente. Nos inculcó la grandeza, la pasión y el amor por los colores. Recorrió su vida junto a Independiente. Toda su vida, hasta su último día de vida. Él nos llenó con sus historias, sus vivencias, sus anécdotas. Ponete a pesar que vio a Erico, su ídolo máximo. Hasta que apareció “La Leyenda que vino de Zárate”, como decía Victor Hugo Morales, en sus relatos cada vez que el Bocha pintaba un cuadro en cada pase.
Y ese hombre que caminaba los años de otro país, tuvo a su hijo (mi viejo) al que le enseño todo eso de ser de Independiente. Y así fueron pasando sus vivencias hasta llegar a hoy, las cuales siguen.
Recordar a mi abuelo es vivir Independiente. Es trasladarme a esas caminatas después de un partido en la Doble Visera hasta Avenida Mitre a tomar el 98 a Plaza Once y su clásico “Mirá que son muchas cuadras, si querés te hago upa así no te cansás”; cuando no queríamos esperar que aparezca el 95 que salía de la esquina de la cancha por donde salían los visitantes, que para ir a tomarlo no tenía que haber nadie. Él caminaba muy rápido pero conmigo iba despacio. Ese recorrido post partido se daba después de esas rondas interminables de charlas y enojos bajo la tribuna del “arco y el escudo”. Siempre me llamó la atención que él escuchaba pero casi nunca opinaba o se metiera en la discusión futbolera.
La previa era toda una ceremonia también. Venía a mi casa a buscarnos. Recordar esa bolsita de caramelos sueltos que compraba para llevar a la cancha. Viaje a plaza Once y ahí el 98.
Carnet de vitalicio en el bolsillo de la camisa. “Abuelo porque vos tenés ese carnet?” pregunté. “Porque soy vitalicio, tengo muchos años de socio. Cuando vos seas grande, también vas a ser vitalicio”, me contestó. “Abuelo, yo no soy socio”, le dije. Me miró y no dijo nada.
En la semana, tres o cuatro días después (no recuerdo con precisión) de ese domingo, se apareció a la salida de la escuela. Yo estaba en quinto grado. Para mi sorpresa él estaba ahí. Sin decirme nada me llevó de paseo. Esa era su excusa. De repente me voy dando cuenta que vamos a tomar el 98. “¿A dónde vamos?”, le pregunté. “Cuando lleguemos te vas a dar cuenta”. Subidos al 98 imaginé que se trataba de algo relacionado con la cancha, pero me resultaba extraño porque no había partido. Solo tomábamos ese colectivo los días de partido. Curiosamente nos bajamos antes de la parada de siempre que era la de Belgrano y Alsina, “la parada de la cancha”. Caminamos una cuadra y desde la vereda de enfrente me dijo “Mirá, ésa, es la sede de Independiente”. Me llevó a conocerla por completo, de arriba abajo. La cosa no terminaba ahí. Había más. Se acercó a una oficina y dijo “Vengo a hacerlo socio”. Le dieron un papel, como un formulario. Lo llenó y lo firmó. “Vení que te van a sacar una foto”. Semanas después la escena de irme a buscar a la puerta de la escuela se repetiría. Mi abuelo apareció con el carnet de socio de Independiente. El mío. “Tomá, ya sos socio de Independiente, así cuando seas grande, vas a ser vitalicio, como yo”.
La vida pasó, y él ya no está. Pero está su recuerdo vivo, presente, su historia. Su vida ligada a Independiente. Él me contaba del Bocha, de Sastre, De Erico de De La Mata, de cómo se hizo el estadio. Su enseñanza de “¡Porque jugamos con la blanca Abuelo?”, explicando porque el rival tenía camiseta parecida a la nuestra, pero que no era la misma, porque la nuestra es única. Es ROJA, y que solo se usa la blanca en ocasiones especiales. Nada de ésta modernidad de camisetas raras y mucho menos de querer cruzarnos empatías con colores de otros equipos. Eran los tiempos en que, en la Doble Visera solo daba la vuelta olímpica Independiente y no ningún convidado de piedra. También me contaba de cómo los medios siempre “Están en contra de Independiente”. De los presidentes, de las asambleas. Nos enseñó todo. Si hasta cuando estaba en unos de sus últimos días, un sábado de “clínica” por la noche preguntó “¿Cómo salimos?”; la respuesta fue mía: “Abuelo jugamos en un rato contra Lanús, de visitante”. Cosas del destino y de la PUTA enfermedad, mi abuelo sólo tenía diálogo conmigo, solo me reconocía a mí. Nos fuimos esa noche rumbo a casa a ver el partido por la tele. Perdíamos 1 a 0, pero entró Calderón (el del gol sobre la hora a los vecinos) y lo dio vuelta y ganamos 2 a1, sobre la hora. Como si el final estuviese escrito, fue su último partido. El teléfono sonó unas cuantas horas después sobre entrado el amanecer. Quién me había regalado su carnet de vitalicio se había ido.
Tantos años después siguen rondando en mi memoria, mi cabeza y sobre todo, el corazón el orgullo de ser de Independiente, de sentir éstos colores.
Ése hombre calvo, vitalicio, era mi abuelo. El gestor de cuatro generaciones de una familia de Independiente.
“En recuerdo de Adolfo Vilachá” (Mi abuelo)
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