viernes, 24 de abril de 2015

Aquella película de Cantero.- Por Eduardo Verona

Opinión |

 Aquella película de Cantero


Por Eduardo Verona

A un año de su renuncia como presidente de Independiente, parece oportuno y atinado recordar el paso por el club de Javier Cantero. Como un producto de marketing, sin proyecto ni estrategia, pretendió instalarse como un mártir o un héroe del fútbol argentino. Su claudicación fue absoluta. Y sus logros inexistentes.



   Aquella tarde del miércoles 23 de abril de 2014, al hombre de 56 años, no le quedó otra alternativa: tenía que irse. Y se fue. De Independiente y del fútbol. Atrás habían quedado 855 días de una gestión que terminó de pulverizar al club en todos los planos.

   El inefable consultor Javier Cantero se perdía en el recuerdo como un paracaidista o un personaje totalmente providencial que había arribado a la presidencia de Independiente el 18 de diciembre de 2011 cobijado por su promesa iniciática de quemar las naves asfixiando a la barra brava y cerrar los grifos a una deuda inclasificable y sospechadísima, heredada de las administraciones de Andrés Ducantenzeiler y Julio Comparada, quien dejó el club con un rojo de 329 millones de pesos. Con Cantero la deuda ascendió en el último balance al 30 de junio de 2014 a 575 millones. Los números son aplastantes. Y también dignos de ser investigados en las instancias y los escenarios que corresponden.

   ¿Qué hizo Cantero en Independiente? Nada que merezca la pena destacarse. Su gestión fue un absoluto fiasco. Y el fracaso arrasador que conquistó registra muy pocos antecedentes, más allá de sus palabras, de sus exégetas mediáticos, de su voluntarismo ciego y de su intención de relatar en tono de ficción los sucesos inolvidables que lo envolvieron.

   Un año después de aquella película de cine catástrofe que protagonizó al frente de Independiente, la perspectiva ensombrece aún más su pasado. No es que Cantero leyó mal las circunstancias o que utilizó estrategias que lo hicieron claudicar. Improvisó desde el primer día hasta el último sin tener ninguna capacidad para hacerlo. Improvisó porque desnudó su absoluta incompetencia para ponerse al frente de un proyecto institucional, más allá del foco que lo iluminó cuando intentó instalarse como un adalid de la lucha contra los barras y su amplia red de conexiones policiales, políticas y judiciales.  

   Ese altísimo nivel de improvisación despojado de contenidos valiosos lo llevó a frecuentar el desconcierto absoluto a la hora de hablar y de ejecutar. Porque quiso erigirse en una voz de la vanguardia dirigencial. Y nadie, ni aquellos que lo acompañaron desde las primeras jornadas cuando sumaba adhesiones en las redes sociales, pudieron interpretar el notable cambio de personalidad que había experimentado Cantero en muy pocos meses.

   Sus expectativas, producto de su vanidad y su ego sin control, eran trascender la dinámica natural de Independiente. Convertirse en un pensador inteligente del fútbol argentino. Imaginó, desde su ambición de poder, que nunca fue moderada, que tenía algo que no abunda: talento para liderar y convencer. El error de apreciación fue grosero.

   Pretendió protegerse bajo el manto sagrado de Julio Humberto Grondona. Pero Grondona, para casos muy específicos, tenía a mano una frase demoledora que en enero de 1998 nos disparó en la redacción de la revista El Gráfico: "A los alcahuetes los cazo al vuelo y los sacó cagando".

   Claro que no siempre fue así como aseguraba el ex titular de AFA. Los obsecuentes de toda índole si saben algo es encontrar tiempos y espacios adecuados para sacar ventajas. Algunos lo consiguieron. Otros esperaron en vano. Cantero buscó desde el arranque de su penosa aventura en Independiente y aún después con el descenso consumado, conquistar los favores y las simpatías de Grondona. Nunca lo logró, ni aún llenándolo de elogios y reverencias descriptas en sus propias expresiones. "Cuando tenía 14 años trabajé en una agencia de autos usados que tenía Julio y yo le limpiaba los baños a Grondona. El era mi patrón y yo lo admiraba", llegó a declarar en una entrevista que brindó al diario Olé del 24 de diciembre de 2012.

   Irremediablemente, Cantero se fue quedando solo en medio de un escenario gigantesco y con un club jaqueado en lo futbolístico, institucional y económico. Bajo su presidencia, Independiente entró directamente en coma cuatro, aumentando el pasivo del club en 246 millones de pesos en relación a como lo había recibido. Sin embargo, su prédica en los medios vacía de argumentos convincentes pero muy efectista, le fue dando cierto aire para continuar reivindicando un camino sin presente ni futuro.

   Intentó ser un mártir, Cantero. Un héroe incomprendido del fútbol argentino. Buscó con gran perseverancia y obstinación esa figura. Y alentó, sin pausas, esa iniciativa. Abrazó el falso perfil del hombre que se inmola por una causa digna. Pero él nunca estuvo cerca de inmolarse. Independiente le dio entidad, como a tantos otros presidentes de clubes atravesados por la intrascendencia y la más cruel de las mediocridades.

   El fracaso estruendoso de Cantero fue también el fracaso de aquellos que le endulzaron los oídos como si fuera el sabio de la tribu. Y que creyeron ver en él a un cruzado capaz de capturar las certezas que el ambiente del fútbol viene reclamando. El problema esencial es que el protagonista nunca dio la talla. Sobreactuaba. Vendía lo que no poseía. Porque no lo distinguió el arte de la política. Era un típico producto de marketing y del lobby. De las frases hechas. De las promesas de campaña incumplidas. De las consignas construidas para enamorar a los que se entregan de pies y manos sin medir ninguna consecuencia. Porque, en definitiva, las consecuencias las termina pagando el club. Los socios del club. Y los que no son socios pero tienen tatuado en el corazón la pertenencia a un símbolo.

   Un tarde, ese hombre de 56 años, cayó. Porque era inevitable que tenía que caer. Aquel miércoles 23 de abril de 2014, el consultor Javier Cantero terminó de claudicar. Aunque ya había claudicado muchísimo antes.

   A un año de aquella jornada histórica para Independiente, los recuerdos no pueden apagarse. El desastre que provocó, tampoco.           

Por Eduardo Verona para Diario Popular

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